Atravesado por el Ródano, el Valais es el país de los contrastes y los extremos. Es el terreno de su Valais natal el que inspira a nuestros aguardientes esta finura y esta plenitud de aromas y sabores tan codiciadas. Es el testimonio de una naturaleza sin rival, a la que Morand aporta el refinamiento de una tradición centenaria.
Cuando mi padre, André Morand, sacó a la luz la primera botella de “Williamine Morand”, no podía imaginar su fulgurante destino. Su golpe maestro fue, desde el principio, no ser transigente con la calidad. Todo el mundo reconocía que era un experto en el arte de destilar. Pero la tradición reinante entonces era la de reunir en el alambique varias clases de peras.
Según la opinión de los entendidos, esta alianza enriquecía los aromas y sabores. André isistió en seleccionar en las mejores huertas de Valais la variedad única de la pera William, tan dorada y tan dulce. De repente, todos estuvieron de acuerdo en juzgar a este aguardiente más sutil y delicado. Con una finura y una persistencia en el paladar excelentes, sus aromas presentaban un afrutado celestial.
Sin embargo, el “Williamine Morand” no conquistó el mundo en un día. Se ganó primero una clientela regional y después nacional. Su personalidad tan original satisfacía sin duda alguna un deseo latente, que no podían satisfacer otros aguardientes de frutos ni, con mayor razón, los aguardientes de vino o de cereales. Mi padre impregnó a sus trabajadores de su espíritu intransigente. La calidad y la madurez de los frutos eran su preocupación obsesiva. Pero él sabía también que el Valais, por su clima, la naturaleza de su suelo y el relieve del país, producía una clase de pera William de una muy intensa elegancia olfativa.
Los mismos factores hay que asentar en el activo de otros aguardientes nuestros, tales como el “Abricotine” – de albaricoque –, el “Coing” – de membrillo – o el “Framboise” – de frambuesas de montaña –, o también el “Golden”. La ecología de nuestras huertas, en las que se practica un cultivo respetuoso con el medio ambiente, constituye igualmente un factor indiscutible de pureza. Se entra en “destilación” de la misma forma que se entra en religión. Tengo para mis productos la misma exigencia que un padre para sus hijos. La nueva generación no me lo desmentirá. Esta nueva generación está lista para tomar el relevo con el mismo espíritu.
|
|
|